sábado, 31 de enero de 2009

Apuntes sobre una chica y un cóctel


Leo que un conocido local madrileño ha estrenado un cóctel inspirado en Mad Men, serie culpable de que yo salga de casa una hora más tarde las noches de los sábados. Bourbon, licor de cereza, Benedictine y vermú rojo: por lo menos sobre el papel de la revista dan ganas de darle una oportunidad para intimar. Pero el caso es que este artículo no va a tratar ni sobre el cóctel ni mucho menos sobre el antro en cuestión. Esta breve introducción ha sido sólo una excusa para dedicar el siguiente texto al personaje que encuentro más interesante de todos estos Hombres de Madison, que da la casualidad de que ni es hombre ni trabaja en Madison Avenue.

Si tuviera que destacar qué es lo que más me encandila de Betty Draper, creo que me quedaría con las historias en las que se ve envuelta. En el contexto histórico de la serie (todos fuman pero el humo que desprenden los hombres impregna y marca todas las pautas sociales), las tramas de Betty parecen secundarias, reducidas al espacio del hogar, de lo cotidiano. Pero de lo que podría haberse quedado en un gris agujero, se desarrollan unas historias tan sutiles que la simple visita de un vendedor ambulante puede servir como desencadenante de un relato erótico que nunca se dio. Lo admito, mis tormentas preferidas son las que se avecinan dentro de los ambientes de “normalidad”.

Porque, detrás de su apariencia de chica que sí ha roto un plato pero lo ha guardado, Betty esconde todo un saco de pequeños secretos. Y su marido, Don, como no quiere preguntarse lo que le falta para ser feliz, tiene a nómina al psiquiatra de ella para que se lo cuente (otro psiquiatra al servicio del statu quo, qué raro).

Por eso cuando sale de casa, Betty se muestra mucho más atrevida. Ya sea regalándole un mechón de pelo a un precoz (o demasiado inteligente) niño o tonteando con el mecánico que acude a socorrerla a una carretera perdida. Como todavía me encuentro embarcado en la mitad de la segunda temporada, todavía desconozco si tendrá el valor para abandonar la casa. Si finalmente se decide, yo levantaré un cóctel Mad Men y, al sonido de los hielos danzando, brindaré por ella desde la barra.